Señor Jesús Hijo de Dios vivo, ten misericordia de mi, que soy un pobre pecador.

SI A LA VIDA

SI A LA VIDA
NO al aborto

EN QUE CREEMOS

Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su Único hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracias del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.


I.              LA MISA, ubicarse. Estar ahí
Antes que cualquier gesto o acción, para poder celebrar bien la misa tengo que disponerme a estar un tiempo en ese lugar, dejan­do de lado todos los demás proyectos. Vivi­mos en un mundo agitado, pero no debería­mos ceder a esa incapacidad de estar un rato tranquilos en un mismo lugar. Es difícil estar mucho tiempo quietos mirando un paisaje. Hay una ansiedad que nos domina y no nos permite disfrutar con profundidad. Somos esclavos de una prisa interior que a veces pro­duce cosquillas en el cuerpo.
Hoy nada se disfruta a fondo ni se pro­fundiza. Estamos en un tiempo de demasia­da velocidad, necesitamos todo rápido, no soportamos esperar algo. Todo tiene que ser inmediato, y pasamos de una cosa a otra en una permanente aceleración.

Por eso se nos hace tan difícil estar una hora en la misa serenos, aceptando que vayan  llegando los distintos momentos, y que o suceda a su tiempo. El problema no es la misa, el problema somos nosotros.

La clave para superar esta enfermedad está en aprender a vivir el presente, entregarse a cada cosa como si fuera lo único en el mundo, aceptar vivir todo a su tiempo. Si ahora toca esto, se vive esto y nada más.

Pero también hay que aprender a reconocer esa ansiedad precisamente cuando nos esta acosando, para no permitir que nos do­mine. Cuando sentimos la tentación de decir oraciones a toda prisa, como para termi­nar rápido, tenemos que damos cuenta y deteneros un poco, tratando de vivir esas oraciones. Seamos señores de nosotros mismos, no nos dejemos esclavizar por el descontrol, desenfrenado del mundo.

Por otra parte, la sociedad consumista de hoy nos invita siempre a buscar cosas que agraden a los sentidos; pero en la misa eso no es posible, porque nunca tendremos tantas co­sa atractivas como en un supermercado o en shopping. Tenemos que aceptar que la misa es otra cosa, y que en ella sí podemos encontrar un placer, pero de otro nivel.

No hay que pretender que estar en la misa sea placentero y relajante como estar tirado en un sofá en mi casa, mirando televisión con unas papas fritas mientras me hacen masajes en los pies. La misa nunca podrá brindarme eso, porque es otra cosa, mucho más necesa­ria para mi realización y mi felicidad, aunque no me brinde ese tipo de placeres. Si yo espe­ro tener esas sensaciones, la misa siempre me parecerá poco gratificante y estaré siempre es­perando algo más, cuando en realidad en la misa me dan lo más grande: Jesucristo que viene a mi vida.

Además, si a veces no sentimos agrado en la celebración, recordemos también que la misa es un misterio purificador y liberador. Más allá de la consciencia que tengamos, más allá de lo que sintamos, el Espíritu Santo hace su obra secretamente en nosotros (ver Rm 8, 26). Por eso no deberíamos prestar mucha atención a nuestros estados de ánimo. La misa tiene un valor infinito más allá de todo eso; y aunque yo no me sienta cómodo, el Espíritu Santo me purifica, me limpia por dentro, me libera de muchas cosas, me sana, me prepara para vivir mejor, me fortalece.

La misa debería ser también una forma de descansar en la presencia de Dios, sobre todo el domingo. Porque la misa no es algo que hay que fabricar; es un don que celebramos.



Como en el monte Sinaí, al entrar al tem­plo para celebrar la misa, Dios me dice: "Quí­tate las sandalias, porque estás en un lugar santo" (Éx 3). No se trata de descalzarme, sino de tomar consciencia del misterio sagrado que vaya celebrar, y no entrar como si entrara a un supemercado o a un salón de té. Es nece­sario un profundo respeto y veneración, por­que lo que va a suceder tiene un valor infini­to. Hay que afinar el sentido religioso.

Por todo esto, el primer gesto, la primera acción que yo realizo cuando vaya misa, es tratar de entrar en la presencia de Dios. Él me ha llamado, él me ha invitado (Apoc 3, 20). Es importante tomar consciencia de que estoy allí porque el Señor me ha convocado, y en­tonces le digo "aquí estoy". A veces no estoy de buen ánimo, pero mi cuerpo que se hace presente en el templo también expresa mi in­tención, y es como si mi cuerpo allí presente dijera: "aquí estoy". Dios me ha invitado y me ha tocado interiormente para que yo partici­pe de la misa. Por eso, estoy aquí respondien­do a su llamado de amor.

Y estoy dispuesto a "perder el tiempo", a dedicar una hora sólo para Dios, sin esperar nada más. ¡Fuera la ansiedad que no me sirve de nada! Ya que tengo que estar aquí una hora, pues bien, aquí estoy.

Si yo hago de entrada esa ofrenda de mi tiempo, no necesitaré estar mirando el reloj o pensando en las otras cosas que podría hacer si no hubiera venido al templo.
Como la misa es un regalo, no es algo que yo pueda construir a mi gusto. Por eso a veces me cuesta descubrir la grandeza de lo que sucede en la misa detrás de los ritos. Pero que yo no lo pueda experimentar del todo no sig­nifica que no sea verdad. Es verdad que la misa es la oración más perfecta, que Jesús realmente se hace presente con toda su gloria, que allí el cielo se une con la tierra. Todo eso es verdad. Si yo no lo siento sigue siendo verdad, eso real­mente sucede y yo estoy siendo parte. Tampoco tengo consciencia del universo infinito, pero aunque yo no lo pueda percibir ahora, es cier­to que existe ese universo infinito. Yo me ol­vido del aire que respiro, pero el aire sigue siendo real y sin él me moriría. Por eso, si a veces yo no siento nada, no tengo que con­cluir que la misa no sirve y comenzar a diva­gar con la mente. Al contrario, trato de estar solamente ahí y de realizar todo con atención, porque aunque yo no sienta nada, eso es lo más importante que puedo hacer, y segura­mente dará sus frutos más allá de lo que yo pueda percibir.



En las próximas entradas nos detendremos en compartir la misa.



ACCIONES Y GESTOS QUE HACEMOS EN LA MISA   
  
... la clave está en unir nuestros profundos deseos espirituales con lo que hacemos en la misa…

Es importante crecer para llegar a expresar en los signos, gestos y momentos de la misa lo  que llevamos dentro.

Hoy muchas personas insisten en lo distintivo, en lo que los destaca de los demás. Necesitan ser  “diferentes”; por eso les molesta que en la misa tengamos que hacer tantas cosas juntos y todos al mismo tiempo. Cuando todos están de pie ellos se arrodillan, o cuando todos cantan ellos cierran los ojos y no mueven la boca.  Olvidan que la misa es una oración de toda la asamblea. Y que “la postura uniforme  seguida por todos los que forman parte de la celebración, es un signo de comunidad y unidad en la asamblea, ya que expresa al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes”   (IGMR 20).

(…) Sin duda una persona que en la misa no quiere estar en la misma postura que los demás, parece expresar que se siente más que los otros, o que no le interesa demasiado unirse a ellos.

Si  intentáramos gozar de los gestos que realizamos juntos en la misa, esto podría ayudarnos a que no caigamos demasiado en el individualismo.
Hay algo llamativo, algunos cristianos suelen disfrutar mucho cuando ven por televisión los rituales budistas o de otras religiones, donde los monjes realizan todos unánimemente todos los gestos y hacen los mismos sonidos, pero luego les molesta que en la misa tengamos que hacer todos lo mismo. 

Es una incapacidad para reconocer  el sentido y el valor de los gestos comunitarios cristianos.

En las próximas entradas nos detendremos en los gestos y acciones que realizamos en la misa.



LA EUCARISTÍA


La Eucaristía es manantial de vida sobrenatural: 


"Si no comen la carne del hijo del hombre y no beben su sangre no tendrán vida en ustedes" (Jn 6,53)
La Eucaristía es el alimento que hace crecer esa vida en nosotros, nos va santificando constantemente.
Pero como esa vida sobrenatural es la vida de Jesús resucitado, gracias a la eucaristía compartimos la misma vida de Jesús y nos unimos mas a él:


" El  que come mi cuerpo y bebe mi sangre vive en mi y yo en él" (Jn 6,56)
Por la eucaristía crecemos cada vez más en esa íntima comunión con Jesús. De ese modo también somos fortalecidos y protegidos para que no caigamos en pecados graves (Catecismo de la Iglesia Católica -CCE- 1395). Asimismo nos, purifica y nos libera de los pecados veniales (CCE 1394), de manera que después de la comunión de algún modo comenzamos de nuevo.





… La eucarística sostiene y alimenta la comunión  fraterna…”

“Siendo muchos un solo pan y un solo cuerpo somos, porque todos participamos de un solo pan” (1 Cor 10,17).

Jesús expreso su profundo deseo de que seamos “perfectamente uno” (ver Jn 17, 20-23) y en la eucaristía él alimenta y hace crecer esa unidad. La Iglesia enseña que la unidad de los fieles se realiza por el sacra­mento del pan eucarístico" (LG 3). Especial­mente, nos ayuda a reconocer a Jesús en los pobres y a crecer en la unión con ellos (CCE 1397).
Pero este crecimiento no se produce má­gicamente, sino según las disposiciones de cada uno. Podemos estar más o menos abiertos y dispuestos cuando recibimos la eucaristía, y de eso dependen sus efectos. Es cierto que el regalo de la gracia de Dios es siempre gratui­to e inmerecido, pero la intensidad de sus efec­tos varía de acuerdo a nuestra preparación. 









Textos extraídos de:
Para que vivas mejor la misa – Víctor Manuel Fernández – Edición San Pablo- Argentina 2005 - http://www.san-pablo.com.ar/

Víctor Manuel Fernández nació en Gigena (provincia de Córdoba). Estudió Filosofía y Teología en el Semina­rio de Córdoba y en la Facultad de Teología de la UCA (Bs. As.). Realizó la licenciatura con especialización bíblica en Roma y el doctorado en Teología en la UCA. Fue párroco, director de catequesis, asesor de movimien­tos laicales y fundador del Instituto de Formación laical en Río Cuarto. Es vicedecano de la Facultad de Teología de Buenos Aires y formador del Seminario de Río Cuar­to. Enseña Teología Moral, Teología Espirituat Nuevo Testamento y Hermenéutica. 









ACTO DE ENTREGA A DIOS

Toma, Señor, y recibe mi libertad, mi memoria, mí entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a Ti, Señor, lo torno; todo es tuyo; dispón de ello conforme a tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me baste.

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